18.2.11

CatequInFórmate





BEATIFICACIÓN

DE

JUAN PABLO II



CINCO MOMENTOS PRINCIPALES

CIUDAD DEL VATICANO, viernes 18 de febrero de 2011
ZENIT.org
El primero será una vigilia de preparación, que tendrá lugar el sábado 30 de abril en el Circo Máximo de Roma. La preparación de la vigilia será a las 20 horas, mientras que la celebración será más tarde, desde las 21,00 hasta las 22,30 h.
Esta vigilia está organizada por la diócesis de Roma, de la que el difunto papa polaco fue obispo, y la presidirá el cardenal Agostino Vallini, vicario general del Papa para la diócesis de Roma. El Papa Benedicto XVI se unirá a la celebración a través de una conexión por vídeo.
El segundo momento será la celebración de la beatificación, a las 10 h en la Plaza de San Pedro, presidida por el Papa.
Como aclaró la Santa Sede en otro comunicado (ver www.zenit.org/article-38308?l=spanish), no será necesario billete alguno para participar en la ceremonia, aunque habrá controles de seguridad para acceder a la Plaza y zonas adyacentes.
Inmediatamente después de la ceremonia, se procederá al tercer momento, el de la veneración de las reliquias de Juan Pablo II, que estarán colocadas en la Basílica de San Pedro, ante el Altar de la Confesión, y que durará mientras haya afluencia de fieles.
El cuarto momento tendrá lugar el lunes 2 de mayo, con la celebración de una Misa de acción de gracias en la Plaza de San Pedro, que presidirá el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado.
El quinto momento, el único que se llevará a cabo sin participación del público, será la tumulación de los restos de Juan Pablo II en la Basílica Vaticana, en la Capilla de San Sebastián.
Los detalles de cada uno de los momentos serán hechos públicos en las próximas semanas, antes de la beatificación.

C A T I C
madrid11.com

YouCat, un catecismo para jóvenes
Queridos jóvenes amigos,
Hoy os recomiendo la lectura de un libro poco común. Es poco común por su contenido y también por el modo como se elaboró. Y quiero hablaros un poco de este origen, porque a la vez quedará claro así qué es lo especial de este libro.
Por así decir surgió a partir de otra obra, cuyo desarrollo se remonta a los años 80. Era un tiempo difícil tanto para la Iglesia como para la sociedad mundial, en el que se necesitaban nuevas orientaciones para encontrar el camino hacia el futuro. Después del Concilio Vaticano II (1962-1965) y en una situación cultural nueva, muchas personas ya no sabían bien qué es lo que creen en realidad los cristianos, qué enseña la Iglesia, si puede siquiera enseñar algo y cómo se puede adaptar todo esto en una cultura transformada desde su base. ¿No está superado el Cristianismo como tal? ¿Se puede ser cristiano hoy de un modo razonable? Estas eran las preguntas que se planteaban también los buenos cristianos.
El Papa Juan Pablo II tomó entonces una decisión arriesgada. Decidió que obispos de todo el mundo tenían que escribir juntos un libro en el que dieran respuesta a estas preguntas. Me confió la tarea de coordinar el trabajo de los obispos y de ocuparme de que de las aportaciones de los obispos resultara un libro – un verdadero libro, no una agrupación de textos diversos. Este libro debía llevar el título anticuado de „Catecismo de la Iglesia Católica“, pero debía ser, sin embargo, algo nuevo y fascinante. Debía mostrar qué es lo que cree hoy la Iglesia Católica y cómo se pude creer de un modo razonable.
Yo estaba asustado ante este encargo. Tengo que confesar que dudaba que se pudiera lograr algo así. Porque ¿cómo era posible que autores dispersos por todo el mundo pudieran realizar juntos un libro legible? ¿Cómo podían personas que viven en diferentes continentes, no sólo geográficos, sino también en el nivel intelectual y espiritual, realizar juntas un texto que debía tener una unidad interna y ser comprensible también en todos los continentes? A ello se añadía que estos obispos no debían escribir sin más como autores individuales, sino en contacto con sus hermanos obispos, con las iglesias locales. Tengo que confesar que aún hoy me sigue pareciendo un milagro que finalmente se pudiera lograr este plan.
Nos encontrábamos tres o cuatro veces al año durante una semana y discutíamos apasionadamente acerca de los fragmentos que habían surgido en los intervalos. Ciertamente lo primero fue establecer la estructura del libro. Tenía que ser sencilla, para que cada uno de los grupos de autores que establecimos pudiera recibir una tarea clara y no tuvieran que meter a presión sus mensajes dentro de un sistema complicado. Es la misma estructura que podéis encontrar en este libro que tenéis ahora en las manos. Está tomada sencillamente de la experiencia catequética de muchos siglos: lo que creemos – cómo celebramos los misterios cristianos – cómo tenemos vida en Jesucristo – cómo debemos orar. No voy a contar ahora cómo nos abrimos paso a través del montón de preguntas hasta que finalmente surgió de ello un libro. Naturalmente se puede criticar esto o aquello en una obra de este tipo: todo lo que hacen los hombres es insuficiente y puede ser mejorado. Sin embargo es un gran libro: un testimonio de la unidad en la diversidad. A partir de muchas voces pudo formarse un coro común, porque teníamos la partitura común de la fe, que, desde los apóstoles, la Iglesia ha transmitido a través de los siglos.
¿Por qué cuento todo esto? Ya en el momento de la composición del libro pudimos constatar que no sólo son diferentes los continentes y las culturas de sus pueblos, sino que dentro de cada sociedad existen a su vez diferentes „continentes“: el trabajador piensa diferente al campesino, un físico diferente a un filólogo, un empresario diferente a un periodista, una persona joven diferente a una mayor. Por eso tuvimos que colocarnos, en cuanto al lenguaje y al pensamiento, un poco por encima de estas diferencias, por así decir, buscar el espacio común entre los diferentes modos de pensar. Y con ello fuimos cada vez más conscientes de que el texto necesita „traducciones“ para los diferentes espacios vitales, para tocar a las personas en sus propios pensamientos y cuestiones.
En las Jornadas Mundiales de la Juventud celebradas desde entonces – Roma, Toronto, Colonia, Sydney – se han encontrado los jóvenes de todo el mundo que quieren creer, que buscan a Dios, que aman a Cristo y que quieren una comunidad para el camino. En este contexto surgió la idea: ¿No deberíamos intentar traducir el Catecismo de la Iglesia Católica al lenguaje de la juventud? ¿Llevar sus grandes mensajes al mundo de los jóvenes de hoy? Por supuesto que entre los jóvenes de hoy también hay, a su vez, muchas diferencias. De este modo, bajo la acreditada dirección del obispo de Viena, Christoph Schönborn, se ha elaborado un YOUCAT para los jóvenes. Espero que muchos jóvenes se dejen fascinar por este libro.
Algunas personas me dicen que a los jóvenes de hoy no les interesa esto. Yo me opongo y estoy seguro de tener razón. Los jóvenes de hoy no son tan superficiales como se dice de ellos. Quieren saber qué es lo verdaderamente importante en la vida. Una novela policíaca es fascinante porque nos mete en el destino de otras personas, que podría ser también el nuestro. Este libro es fascinante porque habla de nuestro propio destino y por ello nos afecta profundamente a cada uno. 
Por eso os invito: ¡estudiad el Catecismo! Es mi deseo más ardiente. Este catecismo no os regala los oídos. No os lo pone fácil. Pues os exige una vida nueva. Os presenta el mensaje del Evangelio como la «perla de gran valor» (Mt 13,46), por la que hay que dejarlo todo. Por eso os pido: ¡estudiad el Catecismo con pasión y constancia! ¡Dedicadle tiempo! Estudiadlo en el silencio de vuestro cuarto, leedlo en pareja, si tenéis novio, formad grupos de trabajo y redes, intercambiad opiniones en Internet. ¡De cualquier forma, mantened conversaciones acerca de la fe!
Tenéis que saber qué es lo que creéis. Tenéis que conocer vuestra fe de forma tan precisa como un especialista en informática conoce el sistema operativo de su ordenador, como un buen músico conoce su pieza musical. Sí, tenéis que estar más profundamente enraizados en la fe que la generación de vuestros padres, para poder enfrentaros a los retos y tentaciones de este tiempo con fuerza y decisión. Necesitáis la ayuda divina para que vuestra fe no se seque como una gota de rocío bajo el sol, si no queréis sucumbir a las seducciones del consumismo, si vuestro amor no quiere ahogarse en la pornografía, si no queréis traicionar a los débiles ni dejar tiradas a las víctimas.
Y cuando os dediquéis con empeño al estudio del Catecismo, quiero daros aún un último consejo: Sabéis de qué modo la comunión de los creyentes ha sido herida profundamente en los últimos tiempos por ataques del enemigo, por la entrada del pecado incluso en lo más interno, en el mismo corazón de la Iglesia. ¡No lo toméis como pretexto para huir del rostro de Dios! ¡Vosotros mismos sois el Cuerpo de Cristo, la Iglesia! Introducid el fuego nuevo y lleno de energía de vuestro amor en la Iglesia, por más que algunas personas hayan desfigurado su rostro. «En la actividad, no seáis negligentes; en el espíritu manteneos fervorosos, sirviendo constantemente al Señor» (Rom 12,11).
Cuando Israel estaba en el momento más bajo de su historia Dios no llamó en su auxilio a los grandes y apreciados, sino a un jovencito llamado Jeremías. Jeremías se vio superado por la tarea: «¡Ay, Señor, Dios mío! Mira que no sé hablar, que solo soy un niño.» (Jer 1,6). Pero Dios no cambió de idea: «No digas que eres un niño, pues irás adonde yo te envíe y dirás lo que yo te ordene.» (Jer 1,7)
Yo os bendigo y rezo cada día por todos vosotros.
Benedictus PP XVI

liturgia y SANTORAL
Cátedra del Apóstol San Pedro 02-22

Mt 16,13-19: Tú eres Pedro, y te daré las llaves del reino de los cielos.
mercaba.org
Un Simón balbuciente, hijo de Jonás, se convierte, por el encuentro profundo con el «Hijo de Dios vivo» en un Pedro seguro y firme confesor: “Tú eres el Mesías”. Así es piedra-cimiento de la Iglesia.
Cuando contemplo la imagen de Pedro en los evangelios, pienso que mis rudezas también pueden irse transformando, a medida que avance con profundidad mi encuentro con el “Hijo de Dios vivo”.
Hace una semana se sentó a mi lado en el autobús un hombre que me recordó a Pedro, con todos los respetos a su Cátedra. Mediana estatura, poblado bigote y barba de varias semanas. Sucio, mal vestido y mal oliente. Poco culto y con mucha experiencia. Un tanto rudo al hablar, pero manteniendo la corrección. Espontáneo, franco y confiado.
Espontaneidad, franqueza, confianza. Tres rasgos que hacen del Simón que se encuentra con Cristo, el Pedro de la fe. Tres actitudes que tienen que acompañar mi proceso de profundización en el descubrimiento-encuentro con el “Hijo de Dios vivo”. Tres cualidades que ayudan a crecer a la Iglesia cimentada en la roca del Apóstol.
La confesión de Pedro, espontánea- franca- confiada, construye Iglesia. Y, de buena gana, podemos hacerla crecer con esa misma frescura que viene del Espíritu y que no nos revela nadie de carne y hueso.
Hoy, además, a quienes tenemos encomendado algún rebaño, se nos invita a renovar nuestra generosidad y familiaridad con él. Una oportunidad que podemos aprovechar también otros días. Nos vendrá bien a todos.
Que celebréis una feliz fiesta y el Día del Señor os sea favorable.

Luis Ángel de las Heras, cmf. 

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